lunes, 3 de octubre de 2011

"¿POR QUÉ HOY LOS ARTISTAS NO MILITAN?"

Texto aportado por la escritora Marta Sanz en el acto de la Convocatoria social convocado por Izquierda Unida. Ateneo de Madrid, julio 2011

Contemplar la posibilidad de que un grupo de artistas e intelectuales se aglutine en torno a un partido político y asuma un proyecto común es poco más o menos tan sencillo como que un escritor se aparte de sus personalísimos gustos para acatar una disciplina. Las razones de dicha “imposibilidad” se sustentan también en la desconfianza hacia la política, fomentada desde los medios de comunicación, así como en un comportamiento corrupto y endogámico de partidos incapaces de sintonizar con las preocupaciones de la gente.

Vivimos en un mundo donde parece que los personalísimos gustos van por una parte y los gustos colectivos por otro: el gusto de cada quien no se entiende como asimilación lenta y dolorosa de una cultura que forma parte del código genético de una comunidad. Habría que investigar sobre la vertiente psicológica y sociológica del gusto.

Desde una perspectiva materialista, el relato romántico sobre la inspiración forma parte del proceso mental implícito al acto de escribir, pintar, componer. La inspiración forma parte de la ideología de un contexto cultural del que sólo podemos pretender escaparnos, porque está en la raíz de nuestros esquemas mentales de conocimiento. Como receptores, herederos del metarrelato romántico, asumimos la inspiración del artista. El artista, por su parte, asume sus privilegios. O su condena: soledad, excentricidad, ensimismamiento, la falta de sentido práctico, el no saber conducir... Los clichés que lo definen.

Sartrianamente, se pierde la conciencia de la comunidad, convertida en una suma de individualidades. El infierno son los otros y lo que nos separa es lo que más pesa: lo que une y vigoriza desaparece como el horizonte desdibujado por la bruma. La ideología hegemónica idealiza y aísla el yo como si el yo no formase parte de un nosotros. Se subraya la creencia de que el yo artístico debe parapetarse mucho más que el resto de los yoes porque tiene la obligación de revolverse contra los colectivos que pretenden anular su conciencia -¿su vanidad?- y de mantener la pureza frente a un supuesto aborregamiento militante. En algún sitio llamé a esto el síndrome del doctor Zhigavo.

Según Bourdieu (*), el campo artístico aspira a la autonomía y debería ejercer como un contrapoder frente al campo económico o político: este tipo de propuestas equilibrantes de los poderes tiende a anular los posibles vínculos entre constelaciones que se aíslan, convirtiendo en antinaturales los nexos entre mundos como la cultura y la política. Sin embargo, cada vez se asume con mayor naturalidad la connivencia entre cultura y negocio, así como la noción demagógica del lector como consumidor cultural, como cliente a quien el artista-bufón complace, recrea, deleita, impermeabiliza de las agresiones de la vida cotidiana.

El yo del artista a menudo asume sin rechistar la ideología invisible, no rompe contra las frases hechas de la violencia sistémica y vive la fantasía de su falsa libertad en un contexto que a veces incluso lo adula. La aquiescencia con los parámetros de la ideología invisible es a menudo el secreto del éxito, ya que se produce una sintonía entre las fórmulas retóricas del arte y la conciencia o el imaginario colectivos. Los artistas que se separan de esa corriente dominante y dejan de “complacer” tienen mucho más difícil el acceso al mercado y a la comunidad. El mercado es el filtro entre el autor, que forma parte de una comunidad, y la propia comunidad.

Lo anterior se relaciona con el desprestigio de la literatura y el arte “políticos”. La cultura política se interpreta siempre en clave de panfletarismo. Es una interpretación interesada. En resumen, los artistas han tomado los votos de su congregación: una en la que se mantiene la fantasía respecto a la propia independencia.

Hay ideologías mucho más demonizadas que otras y eso también se pone de manifiesto en la literatura. La conciliación, la equidistancia, la cursilería, el sentimentalismo, la memoria nostálgica, ciertas modalidades del cinismo light, la ironía son los conceptos clave de la corrección política que impera en el discurso literario actual: en la medida en la que un autor adopta una posición no conciliadora, no coincidente con los lugares comunes de ese buen rollito que ha hurtado y pervertido el significado de palabras como libertad o solidaridad, inmediatamente ese aspecto se subraya como una debilidad dentro de un discurso literario que juega a la pureza formal inmanente a las reglas sacrosantas de la Literatura.

Algunos textos gustan, “aunque” sean políticos: se les hace una concesión. La política, como defecto estilístico, sólo se asocia a un determinado tipo de ideología. Todos los textos se comprometen, todos dejan una huella negra sobre la nieve blanca; sin embargo, algunas huellas se difuminan, se mimetizan con la atmósfera del discurso del poder, reproducen el esquema dominante y su ruido se amortigua en la complacencia y en la comodidad colectiva.

El intelectual de prestigio, el intelectual visibilizado, es el intelectual que se ajusta al concepto de “razón” legitimado desde el sistema: el otro intelectual a menudo es un franco tirador, un ciudadano cero, un loco al que se le acusa de mesianismo e iluminaciones... El privilegiado cráneo de Noam Chomsky, para muchos medios de comunicación y universidades en Estados Unidos, es el de un pobre hombre que ha metido los dedos en el enchufe. A más de uno le gustaría electrocutar a ese loco que califica de la ejecución de Bin Laden como un asesinato y una flagrante vulneración del derecho internacional.

La ideología hegemónica y muchos colectivos de izquierda atenúan la necesidad de la épica. Ya no existen razones para la épica en un primer mundo razonablemente satisfecho. En este contexto, el artista y el intelectual tienden a asumir posturas socialdemócratas que no atenten contra sus comodidades: la incomodidad moral que cada uno pueda experimentar es otro asunto.

Todas las reflexiones anteriores focalizan la crítica en el artista y en el sistema, en la ideología hegemónica. Ahora valdría la pena reflexionar sobre cuáles han sido las directrices de los partidos, en materia de cultura, hasta qué punto no se han quedado anquilosados en posturas esclerotizantes e incapaces de estimular a intelectuales y artistas que podrían sentirse parte de un proyecto común que no incurra en la nostalgia permanente, la sensiblería reconfortante, el homenaje como género y el tópico recalcitrante. Debemos empezar a hacernos preguntas: ¿Nos importa, como sujetos de izquierda, la cultura?, ¿pensamos que vale para algo?, ¿tiene la cultura alguna utilidad?, ¿y alguna utilidad específicamente política?, ¿por qué o para qué leemos?, ¿por qué o para qué escribimos?, ¿es necesario formularse las preguntas anteriores?, ¿qué espacios de la vida asociamos a lo cultural?, ¿existen ámbitos diferenciados para el trabajo político y el trabajo cultural?, ¿se puede hablar de la belleza desde la política y del paro desde la cultura?, ¿asistimos a actos culturales?, ¿quiénes son nuestros cantantes, pintores, músicos de referencia?, ¿la cultura que apreciamos es la culturaespectáculo?, ¿sólo el ocio es el momento de lo cultural?, ¿qué entendemos por “cultura popular”?, ¿es la cultura popular una cultura asequible, fácil, legible, desde un punto de vista intelectual?, ¿sólo la “literatura política” es literatura política o toda la literatura lo es?, ¿sólo la Cultura es cultura?, ¿es la cultura, ideología?, ¿cuáles son los eslabones más débiles en la crisis del mercado cultural?, ¿afectan las crisis económicas a la creación cultural?, ¿está formada la cultura por una sucesión de acontecimientos?, ¿es dinámica o estática?, ¿hay una cultura del pobre?, ¿una cultura pobre?, ¿qué tienen los artistas de artesanos y los artesanos, de artistas?, ¿existen los bienes intangibles?, ¿y una cultura intangible?, ¿es la cultura una religión?, ¿es la cultura el olvido?, ¿la memoria?, ¿nos interesa la cultura solo en tanto en cuanto educación?, ¿cómo se produce la relación de causa-efecto de las crisis: económica, educativa, cultural; educativa, cultural, económica; cultural, económica, educativa?

- El maestro de Amanece que no es poco es obligado por los invasores del pueblo a examinar a unos alumnos acostumbrados a vivir en una perpetua comedia musical. Texto del examen: Las ingles. Su importancia geográfica. ¿Son verdad las ingles? Las ingles y los americanos. Las ingles y la cabeza: su relación si la hubiera. Teoría general del Estado y las ingles. Dibujo a mano de las ingles. La ingle y Dios… El torrente de preguntas en torno a la Cultura –las Ingles- se resume en una sola: ¿de verdad nos interesan estos asuntos o, en lo más profundo, estamos convencidos de que la cultura es siempre un cascarón de huevo, la voluta de una columna dórico-jónica, un bouquet, un aderezo, la guarnición que acompaña al filete?


(*) Bourdieu, P. Las reglas del arte. Anagrama. Barcelona. 2000.

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