lunes, 8 de noviembre de 2010

EDITORIAL PENÍNSULA REEDITA "SE LEVANTARON ANTES DEL ALBA"

Autor: Artur London
Título: Se levantaron antes del alba...
Editorial: Península
Año: 2010
Páginas: 432
ISBN: 978-84-9942-075-2
Formato: Rústica
Precio: 17.89 €


Sinopsis

La editorial Península reedita, en traducción de A. Cordón, Se levantaron antes del alba... (título del himno de las Brigadas Internacionales), escrito por Artur London en Praga, a su salida de la cárcel, en febrero de 1956. Es la historia de la Guerra Civil española vista por uno de los más de treinta mil voluntarios de más de treinta países que se unieron para luchar contra el fascismo en España. Su juramento decía: «Estoy aquí porque soy voluntario y daré, si es preciso, hasta la última gota de mi sangre para salvar la libertad de España y la del mundo entero». Se trataba de una opción consciente y apasionada por una causa justa de la que dependía, como se pudo comprobar más tarde, el futuro de la libertad y la suerte de la humanidad. Según su propio autor, este libro fue escrito para dar a conocer a la juventud checoslovaca el combate llevado a cabo por el pueblo español para conseguir la libertad frente a la invasión del fascismo, y también para rehabilitar a los voluntarios de las Brigadas Internacionales calumniados y perseguidos por los stalinistas.

PRÓLOGO DE MARÍA TOLEDANO

NEUROPOLÍTICA Y EMOCIONES

Son las cinco de la tarde. Recibo una llamada. Me proponen escribir un prólogo para la nueva edición del libro de Artur London, Se levantaron antes del alba. Agradezco el encargo, digo que sí, hablamos de plazos de entrega y extensión, cuelgo el teléfono y lloro. Mi nieta Lola, vivimos juntas, me pregunta. Vuel­ven los fantasmas, le digo. Todos vuelven. Vuelven los muertos, Lola, vuelven. El siglo XX, uno de los más dramáticos de la Histo­ria, mi siglo, me explota en la cabeza como fogonazo de hielo. Lloro, conozco los motivos, la tarde entera y respiro despacio. Recuerdo a mi padre y hermanos, demasiados muertos, mi madre y su mirada sufriente; camaradas, compañeros y sus circunstan­cias. Tengo 81 años recién cumplidos y mala salud: he vivido en varios países europeos, algunos del Este y, salvo la cárcel prolon­gada, he conocido el siglo con sus penalidades, dudas y tragedias. Si tuviera que ordenar mi memoria constataría que, salvo instan­tes fugaces de felicidad, mi pasado es un espejo (reflejo) de la muerte. Prefiero no hacerlo. Comprendo a aquellos que lo hacen, amigos y enemigos que escriben sus Memorias. Entre la vanidad y la pedagogía para futuras generaciones (argumento principal de los memorialistas) prefiero leves pinceladas, casi un puntillismo histórico, hasta llegar al silencio. Al caer la noche, busco el libro de London (reposa junto a las obras de Koltsov, Ehrenburg y otros testimonios), y leo de nuevo, de corrido, sus páginas llenas de esperanza e ilusión, de fuerza y valor. En el libro, entre sus hojas amarillas, encuentro una fotografía. Lise, compañera de Artur, Artur y yo, sentados en un café, rive gauche, de París. La foto no tiene fecha pero atando cabos, la memoria es una herramienta del desconsuelo, consigo aproximarme: primavera de 1970. No éramos felices, no podíamos serlo, pero lo parecíamos. Sonreímos a la cámara. Hace frío.

Artur London, checo, revolucionario, comunista, hombre de acción y pensamiento, vino a España como voluntario, encuadrán­dose en las Brigadas Internacionales. "Estoy aquí porque soy voluntario y daré, si es necesario, hasta la última gota de mi san­gre para salvar la libertad de España, la libertad del mundo ente­ro", proclamaban. Después, terminada su lucha internacionalista, prosiguió combatiendo en la Resistencia francesa contra los nazis. Detenido y deportado a Mauthausen consiguió, igual que uno de mis hermanos, sobrevivir a aquel infierno. El resto es conocido: 1945, liberación de Europa, capitulación de Alemania, París es una fiesta. Artur tiene 30 años y está delgado. Una juventud, que parecía eterna, entregada a la causa del antifascismo. Luego vino Stalin, los stalinistas checos: la represión, procesos, cadena perpe­tua, el miedo. Artur era Viceministro de Asuntos Exteriores y fue uno de los condenados en Proceso de Praga de 1952. Pero esta vez eran los suyos y los jueces que le investigaban habían sido sus compañeros. O los que él creía los suyos. Los nuestros. En 1956, rehabilitado, escribió este libro que tardó varios años, hasta 1963, en ver la luz de la imprenta en su país. Más tarde escribió La con­fesión (1968), sobre la represión stalinista en Praga, obra que alcanzó fama mundial gracias a la película de Costa Gavras, L'aveu (Francia, 1970), con Yves Montand y Simone Signoret, guión del "cabeza de chorlito", Pasionaria dixit, Jorge (George) Semprún, antiguo Ministro de Cultura del Reino de España.

Dice el impertinente Borges, o si no lo dice se lo atribuyo en este lance, que todos somos griegos en el exilio. Quizá nuestro ori­gen cultural sea ese (o nos guste creerlo) y nos sintamos, en oca­siones, fuera de nuestro territorio intelectual. En realidad, prefiero situarme en un espacio más concreto, un lugar común para los que hemos transitado, con mayor o menor fortuna, los empedra­dos caminos del comunismo: todos hemos sido somos (o somos) stalinistas en el exilio. Titulo esta nota introductoria Asuntos de familia en la dacha de Stalin. Artur London, como muchos de los jóvenes comunistas, dirigentes o no, que combatieron en la Gue­rra de España (una acertada denominación frente a aquellos que, con perversas intenciones, llaman guerra civil a la guerra europea antifascista, antesala de la segunda mundial, que sufrió España entre 1936 y 1939), padecieron a su regreso las atroces embesti­das del pensamiento único staliniano. Acusados de desviacionistas, trotskistas, herejes de variadas familias, anticomunistas, muchos de esos muchachos tuvieron un destino fatal e inespera­do. Años cincuenta, años sesenta, la guerra fría. Nosotros, en Euro­pa occidental, ¿qué pensábamos?, ¿qué decíamos? Los comunis­tas, la inmensa mayoría, fuimos stalinistas desde los años 30, cuan­do el hombre de hierro asumió en mando tras la muerte de Lenin. Fuimos stalinistas, negarlo sería una estupidez. Estábamos conven­cidos de la fuerza ideológica del marxismo y la superioridad moral de la dictadura del proletario frente a las democracias capitalistas y el liberalismo. Salimos victoriosos de la segunda gran guerra, yo tenía casi 16 años cuando acabó. La sola presencia de Stalin inspi­raba miedo al capitalismo. La izquierda en Europa comenzaba su extraño periplo hasta la destrucción del Muro de Berlín. Comunis­tas, socialistas, la inmediata moderación, casi vaticanista, del PCI; la fuerza obrera, consciente, de PC francés; la resistencia al fran­quismo del potente partido español; la tenacidad revolucionaria en Portugal. Artur London fue un revolucionario comunista perseguido por la historia comunista. Poco a poco, no sin reticencias, fuimos abandonando el stalinismo. La apertura en la URSS, las denuncias y los informes. Abrimos los ojos, poco a poco, a una realidad que, de una forma u otra conocíamos y no queríamos conocer. Si hiciéramos una radiografía ideológica a la fotografía de 1970 se vería a Lise y Artur limpios de stalinismo. Están inmu­nizados. Lo han sufrido en sus cuerpos e inteligencias. Mis pulmo­nes, ese año, albergaban todavía una parte (pequeña) del virus. Las lecturas y el agradable modo de vida europeo (los treinta glo­riosos) terminaron con los restos de aquella contaminación, hija de su tiempo. Pasé años sin acordarme de la segunda enfermedad infantil del comunismo, el stalinismo (la primera es el izquierdismo); en mis hermanos la huella era más profunda: habían comba­tido en las calles de Madrid a los señoritos falangistas desde 1934 y habían seguido en combate hasta la caída del III Reich en 1945. Mi admiración por Artur, pese a esa discreta contaminación mencionada, era inmensa. Hoy, al caer septiembre de 2010, sigo leyendo su libro, el que escribió para que la juventud checa no olvidara la Guerra de España y el destacado papel de los interna­cionalistas, con verdadera atención, como espero sea leído, sin muecas de escepticismo ni arrogancia, en esta nueva edición. La radical pasión de Artur London es, pese a ciertos matices, nuestra pasión. Es imposible comprender el siglo XX sin conocer, al menos intuir, lo que el discurso de la revolución y el antifascismo han significado (y significan) en el imaginario de una parte de la humani­dad. Sirva esta presentación de Se levantaron antes del alba para acercar el texto a nuevos lectores. Mujeres y hombres, la mayoría jóvenes que, sin esperanza, se levantan antes del alba para cumplir con su trabajo precario en una sociedad cada vez más injusta.

Prólogo publicado en Mundo Obrero, Octubre de 2010.

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